ALGUNAS REFLEXIONES ACERCA DE LA MÚSICA CLASICA


 

(I)

Confieso que el término música clásica siempre me ha parecido inadecuado e impreciso. Si nos atenemos a un criterio estrictamente cronológico, música clásica sería la música del clasicismo, es decir, la corriente musical que siguió al barroco y que precedió al romanticismo. Justo la época en la que despuntaron algunos músicos como Haydn, Mozart o el Beethoven de sus primeras composiciones. Con mas buena voluntad que tino, hay quienes prefieren hablar de música culta complicando mas el asunto al imprimirle cierto matiz clasista y discriminador en detrimento de “otras músicas” que aparentemente “dejarían de ser cultas” cuando la cultura del jazz, de la música étnica o del rock (por poner tres ejemplos) son una realidad inherente a un conjunto de ideas, costumbres, creencias y manifestaciones definitorias de los grupos socio-culturales en que surgieron Sería pues sensato claudicar ante esta evidencia y recurrir al término “clásica”, sea o no el apropiado, para referirnos a ese tipo de música que se suele interpretar en salas de conciertos por grandes orquestas, grupos de cámara y virtuosos solistas.

 

(II)

Hecha ésta matización, analicemos por qué la música clásica es rechazada por un amplio sector que la califica como aburrida, monótona todas las obras me suenan igual»), de difícil compresión, destinada solo a quienes saben leer partituras y así un sin fin de argumentos, falaces, que en cierto modo ponen en evidencia el temor a lo desconocido de quienes no desean complicarse la vida mas allá de lo imprescindible.

Sin embargo, resulta curioso que muchos detractores de esta música puedan canturrear cualquiera de las dos marchas nupciales que habitualmente suenan en las bodas sin saber que éstas melodías fueron compuestas por dos “aburridos” y “difíciles” músicos llamados Richard Wagner y Felix Mendelssohn.

También es probable que bastantes  lectores de estas líneas hayan tarareado alguna vez el “Himno de la Alegría” que popularizó Miguel Ríos hace ya cuarenta años, o también la sintonía de la serie de dibujos animados “Érase una vez el hombre” que tantos niños de hace tres décadas (hoy ya no tan niños) llevan grabada en el disco duro de sus recuerdos. Y resulta igualmente curioso que ambas melodías fueran escritas en el siglo XIX por un sordo genial llamado Ludwig van Beethoven.

Como tercer ejemplo remitiré al lector a un fenómeno surgido con la aparición de la telefonía móvil y algunos de los politonos escogidos por los usuarios. Probablemente todos hayamos sufrido alguna vez un sobresalto en el tren, el autobús, el restaurante y hasta en el silencio de un cine o teatro, ocasionado por la irrupción brusca y estridente de las notas de la Sinfonia No.40 de Mozart, la Tocata y Fuga en Re menor de Johann Sebastian Bach, el inicio de la Quinta Sinfonía de Beethoven, o hasta las primeras notas del concierto para piano de Tchaikovsky (los hay atrevidos) anunciando a diestro y siniestro que fulanito, a quien no le gusta la música clásica, ha recibido una un mensajito de zutanita, a quiena le gusta aun menos ese tipo de música.

 

(III)

 

¿Podría extraerse alguna conclusión de lo anteriormente expuesto? La respuesta es afirmativa y hasta tal vez mas de una conclusión. A poco que se reflexione será fácil desterrar el mito de que la música clásica es “difícil, aburrida e inaccesible”. De hecho, muchos de quienes rechazan ésta música no solo conocen varias obras sino también son capaces de tararearlas y hasta de disfrutarlas.

Por ello, tal vez el primer paso de aceptación de la música clásica por parte de los neófitos podría darse en el momento en que muchos disconformes admiten conocer algunos fragmentos de éstas músicas. Y tal vez el paso siguiente pudiera surgir al profundizar algo mas en esas formas musicales que tan inaccesibles consideran quienes, sin saberlo, las escuchan y hasta las evocan con deleite.

 

(IV)

 

Consideremos que la música, como cualquier otra manifestación artística, es un vehículo transmisor, y a su vez generador, de unos sentimientos de los que nadie debería quedar excluido de disfrutar y que, en cierto modo, todos deberían incluir en sus expectativas.

En ésta circunstancia, como en tantas otras de nuestro devenir por ese fugaz deambular que es el tránsito por la vida, se impone el ejercicio de una voluntad que venza el miedo a lo desconocido. En el caso que nos ocupa, esto ocurre cuando se llega a disfrutar del arte musical sin trabas, permitiendo que fluya con espontaneidad y admitiendo que absorber la belleza de las notas musicales no es privativo de expertos sino una grata y fácil experiencia.

 

(V)

Aunque lo deseable sería que la educación musical (ya no solo aprender música sino instruirse en el placer de disfrutarla) comenzara en la infancia, nunca es tarde para experimentar y aproximarse a la comprensión y  el disfrute de aquello que los antiguos griegos llamaban “el arte de la musas” (de ahí la palabra “música”), una disposición estéticamente inspirada que organiza y combina sonidos y silencios en base a los principios de la melodía, la armonía y el ritmo para alcanzar la experiencia seductora que el oyente percibe a través de los sentidos como una hermosa vía de comunicación que va mas allá de las distintas épocas de la historia de la humanidad, y que soslaya las trabas que separan y discriminan a los hombres como son las ideologías, las dispares religiones, las costumbres de las diversas culturas, los idiomas mas complejos y remotos y tantos otros obstáculos que la música ignora desde el momento en que surge desde el transmisor como un lenguaje universal que es percibido sin dificultad por los sentidos del receptor, posea o carezca de formación alguna.

 

Alberto Soler Montagud

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