HOY MI PADRE HABRÍA CUMPLIDO 89 AÑOS…

Hace muchos años, cuando estudiaba quinto de medicina, una de mis ilusiones era tener un coche propio que me diera alas y aliviara la incomodidad de tener que pedirle a mi padre su Renault 12 cuando necesitaba desplazarme. Por aquellos años, tres compañeros y yo habíamos montado una especie de ‘negocio’ consistente en vender los apuntes que tomábamos en clase, debidamente corregidos y pasados a ciclostil (un aparatejo muy en boga, previo a las fotocopiadoras, que resultaba útil para hacer copias de papel escrito en grandes cantidades, bien fueran pasquines o incluso apuntes). El negocio acabó siendo un éxito, ya que quienes no asistían a clase o eran lentos en la tarea de tomar apuntes, hacían cola en la puerta de la Facultad ante un destartalado Morris MG de color crema, propiedad de un ‘intermediario’ (Hassan, un estudiante sirio que abandonó los estudios puede que antes de comenzarlos) que vendía nuestros apuntes a comisión utilizando su coche como almacén y mostrador de atención al cliente.

Mi padre me había advertido muchas veces que no tendría un coche propio hasta que me lo pudiera pagar. Sin embargo, gracias a los magros beneficios de mi trabajo editorial clandestino, llegó el ansiado momento y, ufano, le dije a mi padre que teníamos que hablar y le mostré un fajo de billetes de mil pesetas al tiempo que le hablaba de un Seiscientos blanco de enésima mano que había visto en un concesionario donde revendían coches de ocasión. Pedían cuarenta y cinco mil pesetas por aquella ‘ganga’ con una matrícula que aun recuerdo (V-205.842) y un estado de chapa aceptable aunque presumiblemente el motor estuviera bastante castigado. Como casi todos los coches de ocasión, mi futuro Seiscientos tenía sólo 30.000 kilómetros declarados y había pertenecido a un señor mayor y muy cuidadoso que apenas lo utilizaba y lo guardaba siempre en garaje.

Llegado el gran día, mi padre me acompañó a ver el coche y, tras probarlo y comprobar que andaba bien y no perdía aceite por la junta del cárter, le pareció bien que formalizara la compra no sin antes, hábilmente, conseguir un jugoso descuento que cerró el trató con diez mil pesetas menos de las que me pedían.

Cuando eché mano de la cartera para pagar el que sería mi primer automóvil, mi padre, con un gesto elocuente me hizo desistir al tiempo que se hacía él cargo del montante de la compra.

«¿Pero no me dijiste que tenía que ser yo quien me comprara el coche…?», le pregunté perplejo antes de que mi padre me respondiera.

«Recuerda bien. Lo que dije fue que sólo tendrías tu propio coche cuando pudieras comprarlo, pero te nunca dije quien lo pagaría. Me has demostrado que puedes tener coche, pero lo mejor será que te guarde el dinero y sea yo quien lo pague. Ya verás como los coches de segunda mano salen caros porque les gusta mucho visitar al mecánico, y del mantenimiento quiero que te encargues tú»

Esta anécdota es rigurosamente cierta. Ocurrió a principios de 1975, fue sumamente ilustrativa y me llena de orgullo recordarla.

Por cierto, mi padre tuvo razón con su pronóstico sobre el mantenimiento de los coches de segunda mano en general y de mi Seiscientos en particular, pues aquél coche me dejó tirado dos semanas después de comprarlo cuando hice mi primer viaje largo, concretamente de Valencia a Torrevieja, y tuve que dejarlo en un taller de Guardamar del Segura por un calentón que acabó quemando la junta de culata y me obligó a proseguir el viaje en un autobús de línea.

En cualquier caso, justo es reconocer que el Seiscientos me dio muchas alegrías durante los casi cuatro años que me acompañó allá donde iba. Luego vendría mi flamante Renault 5 GTL nuevo, pero aquello fue ya otra historia. Casi un sueño.

 

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